viernes, 17 de junio de 2016

Fragmento de El americano tranquilo

Hacía frío después de oscurecer en Hanoi y las luces eran más tenues que las de Saigón, más apropiadas a los vestidos más oscuros de las mujeres y a la propia guerra. Subí por la rue Gambetta hasta el Pax Bar - no quería beber en el Metropole con los altos oficiales franceses, sus mujeres y sus hijas -, y cuando llegué al bar percibí el tamborileo distante de los disparos en dirección a Hoa Binh. De día se veían ahogados por el ruido del tráfico, pero ahora todo estaba tranquilo con la excepción del tintineo de las campanillas de las bicicletas, donde los conductores de trishaw esperaban clientes. Pietri estaba sentado en su lugar de costumbre. Tenía un extraño cráneo alargado que se asentaba sobre los hombros como una pera en una fuente; era un oficial de la Sureté y estaba casado con una bella tonkinesa que era la propietaria del Pax Bar. Era otro hombre que no tenía ningún deseo especial de regresar a casa. Era corso, pero prefería Marsella, y antes que Marsella prefería en cualquier momento su asiento en la acera de la rue Gambetta

Me pregunté si conocería el contenido de mi telegrama. 

- Quatre-cent-vignt-et-un? - me preguntó.

- ¿Por qué no? 

Empezamos a jugar y me pareció imposible que pudiera volver a tener otra vida, lejos de la rue Gambetta y de la rue Catinat, del sabor soso del vermú con cassis, del sonido familiar de los dados, y del fuego de los cañones que se movía como las agujas de un reloj en el horizonte.

- Me vuelvo -le dije.

- ¿A casa? -me preguntó Pietri, arrojando un cuatro a uno. 

- No. A Inglaterra.